GEOGRAFÍA - PAÍSES: Rusia - 12ª parte

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Geografía

PAÍSES

Rusia - 12ª parte


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Música

ebido a la exhuberancia natural de Rusia y a su variedad, ningún otro país presenta un folklore tan rico y antiguo, enraizándose en la Prehistoria. Los músicos ambulantes cantaban, al modo de los trovadores provenzales, las bylinas o cantos épicos. Pero en el s. XII el obispo Cirilo Turovski, debido a un sueño, decretó que la música era una emanación del infierno y la prohibió y persiguió. Los músicos y rapsodas de la corte se transformaron en skomorokhi (bufones). Los que no se sometieron emigraron, provocando una «descentralización» de la música; ello explica la relativa homogeneidad del folklore ruso.

En tradición oral, subsistió hasta formar en el s. XIX una generación de músicos «cultos», encabezados por Mijail Glinka. Artistas como Modest Mussorgski o Borodin se formaron en la tradición popular, sin acudir jamás a un conservatorio. La persecución de la música religiosa popular terminó en el s. XVII con Pedro el Grande. Inversamente, la música religiosa había gozado de gran protección, interpretándose siempre a capella, debido al sospechoso origen de los instrumentos. Glinka, el creador de la Escuela Rusa, viajó largamente por Italia y Alemania, poniendo las bases en Rusia de una ciencia musical pero sin abandonar las fuentes populares. La ópera fue el género preferido en el país, por ser también en género vocal.

En 1735 la emperatriz Ana Ivanovna inauguró el Teatro de la Ópera Italiana de San Petersburgo. Catalina II abrió el primer conservatorio teatral en 1779. Apoyándose en Glinka, surgió el grupo de los cinco, con los citados Mussorgski y Borodin, junto a Cui, Balakiref y Rimski-Korsakov, creadores del nacionalismo ruso, llevando a lo más alto la sinfonía y la ópera. Más abiertos a Occidente fueron Tchaikowski, Glazunov y Scriabin, universalizadores de la música rusa. Los genios Stravinski y Prokofiey ligaron la música rusa con la música «soviética», ya plenamente representada por Shostakovitch y Khatchaturian. Por último, se debe citar a los insuperables coreógrafos (Diaghilev y Fokin) y bailarines rusos (Nijinsky, Ana Pavlova).

Cine

El 14 de mayo de 1896 dos operadores de Lumière filmaron la coronación del zar; cinco días después, efectuaron la primera proyección pública. En 1902 se creó la primera sala permanente, y en 1907 la primera productora. Hasta la Primera Guerra Mundial dominó la producción extranjera; la nacional, ante la censura zarista, se refugió en el filme histórico y las adaptaciones literarias. El aislamiento provocado por la guerra favoreció la producción nacional, que se dobló entre 1914 y 1916.

En 1919 el cine fue nacionalizado y se fundó la primera escuela de cine del mundo. En medio de graves penurias, las necesidades propagandísticas y de agitación fomentaron el documental con talentos como Vertov o Tissé. Sergei Eisentein conmocionó al cine mundial con El acorazado Potemkin, conmemoración del 20º aniversario de la revolución de 1905. Otros cineastas fueron Pudovkin, partidario de una aplicación más narrativa y menos vanguardista del montaje, y Dovzenko. A pesar de la llegada del sonoro en 1931, se siguió haciendo cine mudo hasta 1935. El realismo socialista hizo estragos con su dogmatismo entre los cineastas innovadores, favoreciendo la estética naturalista de otros como Friedrich Ermler (Contraplano, 1932) o los Vasilev (Capaer, 1935), propuestos oficialmente como modelos. Durante el primer período de ortodoxia, aún hubo experiencias indepedientes: La felicidad (1934), de Aleksander Medvedkin -célebre por su cine-tren de 1932 a 1933-, o los musicales de Grigori Aleksandrov. Pero se impuso la epopeya histórica, donde en los grandes personajes se evocaban los líderes de la Revolución: Pedro el Grande (1937-1939), de Vladimir Petrov, o El hombre del fusil (1938), de Sergei Yutkevic. También abundaron las narraciones ejemplares de hechos recientes, supeditando lo individual a los colectivo y con apenas un toque romántico: La última noche (1937), de Rajzman.

La Segunda Guerra Mundial provocó numerosos documentales y la obra maestra de Eisenstein, Ivan el terrible (1943-45); tras ella, llegó la «congelación» de toda actividad creadora. La industria cinematográfica se recuperó con la desestalinización: La balada del soldado (1959) de Cuhraj, Cuando pasan las cigüeñas (1957), de Kalatozov, y sobre todo El destino de un hombre (1958), de Sergei Bondarchuk. A partir de los 60 han ido apareciendo nuevos cineastas de talento: Andrei Tarkovsky, exiliado en los 80, y Elemklimov (Agonía, 1974), temporalmente censurado. En los 70 Andrei Mihalkov Konchalovski (Siberiada, 1977-1979) y su hermano Nikita Mihalkov (Algunos días en la vida de Oblomov, 1979). Entre la última generación destacan Gleb Panfilov y los georgianos Tengiz Abuladze y Oter Ioseliani.

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